La soledad del escritor.

El escritor paseaba hasta la parada de autobus. Iba distraído, arquitectando las decenas de relatos que se le iban ocurriendo (pocos luego eran los que sentirían la humedad de la tinta). Se apoyó contra el cristal y dejó la vista perdida.

escritor Al rato se acercó la chica -falda floreada por encima de las rodillas, labios rojos y pelo recogido- y se sentó en el banco de la parada. Se ajustó las gafas, sacó un libro y se puso a leer.
El escritor cayó en la cuenta de que era una de sus últimas novelas y se puso nervioso. En menos de un minuto pergeñó seis o siete maneras de entablar conversación con aquella lectora, pero el ansia y la determinación de saberse inseguro le ayudó a espetar la pregunta:

«¿Te está gustando?»

La chica le miró por encima de las gafas y cerró el libro. Dándose importancia, sopesó el libro como al peso y giró la muñeca en torno al canto, intentando arrancar una opinión de entre las páginas.

«Pfffff… bueno… no está mal… un poco rollo. Me lo leo por recomendación, pero no volveré a leer nada de este autor… escribe un poco… ¿cómo decirlo?… como si tuviera prisa…»

El escritor sólo pudo contestar «» a una opinión que no pedía respuesta. Giró sobre sus pasos y se encaminó calle abajo. La lectora continuó leyendo, algo extrañada por aquel hombre que le había dejado a medias en una «conversación de ascensor» (esta vez, de parada de autobús).

Una hora después, la lectora llegaba a casa y dejaba la novela sobre la mesita de noche. Al hacerlo, se fijó en la contraportada y vió la fotografía del autor (aquel extraño hombre de la parada) y sonrió tontamente enfrente del espejo.

A cuatro kilómetros de allí, sobre una azotea de un edificio de siete pisos, el escritor daba su último paso hacia la nada, con la estocada sobre el pecho de una vida de buenas ventas, malas críticas y peores autoestimas.

«Tía, te llamo porque no sabes lo que me ha pasado… ¿recuerdas el libro que me recomendaste?… sí, ese… pues he estado con el escritor… ¡qué majete! Hemos comentado el libro, me ha contado los planes que tiene… ¡ha sido emocionante!… Yo ya le he dicho que me estaba encantado, que era lo mejor que había leído en mucho tiempo,vertigo y que todas las amigas estamos muy enganchadas a sus historias, y él me contestó que…»

El ruido del agua de la ducha ahogó el sonido de la conversación telefónica.

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Escribe SILVIA SALMÓN, autora de poemarios dedicados a seres imposibles y amores desterrados. Silvia no se quita los zapatos para dormir, y le gusta comer directamente de los árboles. Si quieres saber algo más acerca de Silvia, escríbenos a colectivopiesfrios@gmail.com