Altamira y el amor caduco.

“Séptima llamada, séptimo número que no existe”, se lamenta Claudia. “Ayer tocó llamar a la gente que ya se había muerto; hoy toca llamar a los que dieron el teléfono fijo hace veinticinco años y ahora ya eso pertenece a un pasado paleolítico, nunca mejor dicho, jijiji” dice para sí misma, forzando cómicamente una carcajada. Claudia trabaja en el Museo Nacional de Altamira desde hace más de 30 años. Es octubre y va en pantalón corto. Hace un calor del demonio para esta época del año, inusual para una localidad como Santillana del Mar. “A ver si con este número hay más suerte…”. Marca con una inercia decidida de una funcionaria a la que le gusta dar sorpresas telefónicas. “Sí, hola, buenos días, ¿hablo con Almudena Rodríguez? Verá, llamo porque usted se apuntó a la lista de espera, hace veinticinco años, para visitar las cuevas de Altamira…”

“No sé si sentirme afortunado o desgraciado. No se puede decir que tenga buena o mala suerte. Lo que sí se puede decir es que mi suerte se ríe de mí a la cara” comentaba Marcos a Patricia, su actual pareja. “Almudena pensará lo mismo, supongo” Marcos es uno de los afortunados que podrá visitar la Cueva de Altamira en un selecto grupo de cinco personas a la semana. Hace muchos años se inscribió a la lista de espera junto con Almudena, la que actualmente es su exmujer. Lo hicieron enamoradísimos y convencidos de que irían juntos de la mano, arropados por un amor sideral que jamás se quebrantaría. Ahora, tras un divorcio complicado, llevan años sin tener trato alguno. Al llegar a la puerta del museo, Almudena espera en la puerta. Un seco “hola” despacha el momento y se meten dentro.  

Mateo, el guía del museo de Altamira, maldecía malhumorado. Era la segunda vez en un mes que le sucedía aquello. Los cinco componentes del grupo no entienden la gravedad de la situación. Llevan dentro de la cueva casi una hora y ya deberían haber salido. “Veamos, escúchenme porque tenemos un problema. No se alarmen, porque no es la primera vez que nos pasa, pero vamos a quedarnos encerrados aquí unas cuatro horas más. La cerradura se bloquea hasta que la climatización hiperbárica de la cueva se restablece. Pónganse cómodos y no toquen nada, por favor” La mano de Almudena alcanza el dedo meñique de Marcos, el cual corresponde entrelazando el resto de sus dedos a los de Almudena. Ambos se miran. A pesar de la mascarilla, se puede notar que sonríen de manera juguetona. Todos lo demás no importa.

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Escribe Fer Altofonte, guía turístico de Chamberí y aficionado a las novelas de amor. Fer lleva años queriendo visitar Altamira, pero se conforma con fantasear al respecto y mezclar realidades. Fer es amigo del Colectivo Pies Fríos desde que nos perdió sin querer por los pasillos olvidados del Metro de Madrid durante una una visita guiada. Si quieres saber algo más sobre Fer Altofonte, escríbenos a colectivopiesfrios@gmail.com

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